9 jun 2011

Triada.

-Espera- la detuvo con rapidez-. Si vas a matarme, quiero pedirte una última cosa. Quiero besarte por última vez.
No apreció ningún cambio en la expresión ni en la mirada de ella. No obstante, el filo de Domivat permaneció donde estaba, y el shek pudo percibir una leve palpitación en la espada, que deseaba probar su sangre. No estaba muerta como parecía. Eso le sorprendió.
Victoria se acercó más a el, deslizando, casi con dulzura, la parte plana de la espada por la piel de Christian. Lo miró a los ojos, pero no dijo nada.
-¿Tienes idea de lo que sería capaz de dar por un beso tuyo?- murmuró él, buscando, tal vez, reavivar recuerdos de momentos pasados, momentos compartidos, momentos íntimos de los dos.
Victoria seguía sin hablar. Aquellos dos agujeros negros en que se había convertido sus ojos continuaban fijos en los ojos azules de Christian.
-Moriría por un beso tuyo- prosiguió él-. Moriré por un beso tuyo.
Hubo un breve momento de tensión. Entonces, Victoria bajó la espada, se puso de puntillas y lo besó en los labios.
Intensamente. Apasionadamente.
Christian cerró los ojos y se entregó a aquel beso.
Nunca antes lo había hecho. Siempre era él quien besaba, quien controlaba la situación, mientras ella se dejaba llevar. Siempre se había sentido más interesado en las reacciones de la otra persona que en las suyas propias, porque hacer sentir cosas a la otra persona implicaba tener un cierto poder sobre ella, y el shek se encontraba cómodo en esa posición de poder y control. Pero en aquel momento no quiso pensar, no quiso controlar; se limitó a disfrutar de las sensaciones que aquel beso despertaba en su interior, a dejarse arrastrar por ellas; sabía que estaba bajando la guardia y que ahora era vulnerable, pero no le importó.

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